La historia del Metro de la Ciudad de México se remonta a la década de los años 60’s, un momento en la historia en donde el Centro Histórico colapsó debido a los embotellamientos automovilísticos, a los camiones saturados y los tranvías ineficientes que se vieron rebasados por la creciente población del entonces Distrito Federal. Mientras que en otras grandes ciudades de Latinoamérica como Buenos Aires, el sistema de transporte subterráneo se implementó desde principios del siglo XX, en México no fue hasta 1967 que se implementó –por decreto presidencial y en conjunción con el gobierno de Francia– la creación de un Organismo Público Descentralizado denominado Sistema de Transporte Colectivo (STC).
En un principio, el Metro se pensó para satisfacer la necesidad de movilización y transporte del usuario promedio de la ciudad de una forma eficiente. Para ello era necesario una señalización clara y objetiva para todos y todas, tomando en cuenta la cantidad de campesinos y personas analfabetas que emigraban a la Ciudad de México desde mediados del siglo XX. Para lograrlo, el diseñador gráfico de origen estadounidense Lance Wyman –quien había trabajado en diseñar la iconografía y el logo principal de las olimpiadas en México 68– encabezó un equipo de fotógrafos, diseñadores y arquitectos, entre ellos Arturo Quiñones y Francisco Gallardo quienes se encargaron de realizar el diseño de la iconografía. De la misma forma, trabajaron en conjunto con Ingenieros en Sistemas de Transporte Metropolitano STME –liderados por el Arq. Pedro Ramírez Vázquez– en la concepción integral de las tres primeras líneas lo cual contemplaba los singulares trenes color naranja, así como construcción y diseño de las estaciones.
La principal inspiración para la iconografía de las estaciones retomó elementos prehispánicos de comunicación, los glifos mayas enmarcados con bordes redondeados fueron los partícipes de este diseño que pretendía representar a México como un país moderno, indígena y mestizo. Cada estación debía tener un ícono y una palabra que hiciera referencia inmediata al sitio, ya fuera de un lugar histórico, un barrio, un objeto o un personaje ilustre. Hasta ahora, se cuenta con 195 estaciones repartidas en 12 colores distintos que representan las 12 líneas. Sin embargo, cada ícono tiene una referencia única y el proceso de diseño interdisciplinario resulta interesante si se explora a profundidad para entender la urbanización y sus procesos, ¿qué pasaría si estudiamos la iconografía desde las épocas a las que hace alusión esta representación gráfica o incluso desde distintas disciplinas como lo son la arquitectura y el cine?
En esta investigación, Emiliano Bautista propone tres clasificaciones, la primera atiende a las Épocas y se divide en cinco grupos: Prehispánico, (antes de 1521, año de la conquista de Tenochtitlan); Colonial (de 1521 a 1810, año de inicio de la guerra de independencia); México Independiente (de 1810 a 1876, año de inicio de la dictadura de Porfirio Díaz); Porfiriato y Revolución (de 1876 a 1917, año en que se firma la constitución que rige actualmente) y Contemporáneo (de 1917 a nuestros días).
La segunda clasificación Plano Arquitectónico atiende a los recursos de representación arquitectónica como lo son plantas, cortes, alzados y proyecciones a puntos de fuga o en isométrico.
La tercera clasificación Plano Cinematográfico se enfoca en la escala humana y se refiere a la lejanía o cercanía que tiene un encuadre con respecto al sujeto a representar y se divide en siete planos cinematográficos: gran plano general, plano general, plano entero, plano americano, plano medio, primer plano y plano a detalle.
Finalmente, para conjugar estas tres clasificaciones y demostrar que existe una correlación entre los íconos que las conforman, se presenta un diagrama en donde se refiere su procedencia temporal, su representación arquitectónica por su punto de vista y su encuadre cinematográfico por relación de distancia con la escala humana.
Si quieres conocer más sobre esta investigación, te invitamos a ver el siguiente video.